viernes, abril 27, 2012

Thebussem (XV)



"Doctor, tiene usted razón"

El 14 de junio de 1891 respondía Ángel Muro al Doctor Thebussem en Blanco y Negro dándole la razón en cuanto había propuesto en su "¿Son flores o no son flores?" (publicado en nuestra anterior entrada). A la condena de las flores aromáticas en la mesa añadía Muro en su "Doctor, tiene usted razón" la crítica a los perfumes demasiado fuertes, como el opopánax o mirra perfumada, empleados por algunas señoras para ocultar su no demasiado agradable olor corporal.  

Muro refiere una simpática y "olorosa" anécdota acontecida a los jóvenes estudiantes Adelardo López de Ayala (1828-1879), natural de Guadalcanal (perteneciente a Extremadura hasta 1833), y Emilio Arrieta (Puente la Reina, 1823 - Madrid, 1894). El primero llegaría a ser un notable periodista y dramaturgo, y su carrera política le llevó a ocupar ministerios con Amadeo de Saboya y Alfonso XII, y la Presidencia del Congreso en 1878, año en que publicó su Consuelo. El segundo se convertiría en notable compositor, siendo autor de varias zarzuelas, entre ellas El grumete (1853), y óperas, como Marina (1871).

Encabezamiento del artículo en Blanco y Negro

Mi respetado maestro:

Tan sólo a usted se le puede ocurrir, al escribir su brillante artículo titulado "¿Son flores o no son flores?", en el segundo número de Blanco y Negro, darle forma de carta a mí dirigida.

¡A mí, que una distinción como ésa ha de trastornarme el juicio, por ser usted quien es y por ser yo apenas quien soy!

Yo no puedo seguir a usted por los derroteros de su bien trazada ruta. Me faltarían las fuerzas para llegar al término del viaje.

Doctor, tiene usted razón, y razón que le sobra. Razón de buen abolengo, pues de Cervantes arranca, y se apoya en testimonios que tienen por corriente, además del sentido común, el del olfato.

Las flores en la mesa adornan mucho. Recrean la vista, y hasta cubren faltas y deficiencias. Cuando las flores exhalan sus aromas respectivos, que se combinan para formar uno determinado y éste se mezcla con el de los manjares que por riguroso turno van estacionando en la mesa, resulta hedor, ni más ni menos.

Sucede lo que con ciertas damas, muy dadas a esencias fuertes, que atolondran cuando uno se halla a su lado, aunque sea por breve tiempo. No comprenden que si el olor que su cuerpo exhala no es bueno, al combinarse con el del "opoponax", con el del heliotropo blanco, con el del heno y con otros mil, los que huelen todo aquello tienen que recordar un famoso cuento que le pido a usted permiso para narrarle:

Vivían juntos, como siempre vivieron allá en sus mocedades, Adelardo López de Ayala y Emilio Arrieta.
Éste tocando corcheas y semicorcheas, fusas y semifusas en el pentagrama, y aquél enriqueciendo el habla castellana y dotando a la literatura patria con asombrosa esplendidez. Pero por aquel entonces, ni El Grumete ni Marina existían, ni en el sitial de la Presidencia de la Cámara popular se sentaba aún el insigne varón que, poco después de su Consuelo, había de sumirnos a todos en el más triste desconsuelo, escapándose su alma a otro mundo mejor.
Arrieta y Ayala, los dos insignes varones, de Navarra y Extremadura respectivamente, vivían en el comienzo de su gloriosa vida como viven los estudiantes.
Modestísima casa de pupilos, patrona locuaz, hija enamoradiza, criada respondona y limpieza discutible en camas y otros enseres.
Sota, caballo y rey eran la trilogía constante de la comida diaria, y Ayala y Arrieta hacían honor a la pitanza con los dientes y el estómago de esa época de la vida en que el paladar no tiene voz ni voto, y en la que no hay pan duro con hambre buena.
El comedor de la casa de huéspedes era muy reducido. Una ventana pequeña con vistas a un patio de muñecas. Contiguo a la cocina, y entre la puerta de ésta y la ventana, otra puerta que daba... al jardín. Este menester de la casa, oficiando de barómetro, se permitía exagerar sus emanaciones en días determinados, pero siempre revelando su existencia.
Ayala no hablaba cuando comía, y en la casa le llamabn "cazurro". Arrieta, por el contrario, era muy comunicativo.
Molestaban mucho a don Adelardo las manifestaciones olorosas del cercano recinto, y un día en que no se podía parar en la casa, se le ocurrió a la pupilera quemar azúcar a la hora de la comida de los huéspedes.
Durante la comida, la pupilera miraba de hito en hito a Arrieta, como para decirle algo que pudiera traducirse por esto o cosa semejante:
-¡Qué bien huele aquí hoy! Vamos, que ahora ni siquiera se nota...
Arrieta se sonreía y no hacía caso; pero fue tal y tan insistente la pantomima de la patrona, que Ayala, que se había enterado de todo, se levantó antes de acabar de comer, y dando un puñetazo sobre la mesa, sacudiendo aquella melena de león, exclamó con su portentosa voz:
-¡Lo prefiero sin azúcar!

Esto no impide, mi querido Doctor Thebussem, que a mí, que me gustan mucho las flores, las quiero ver en la mesa, pero las flores que no huelen, y mejor que las flores, las hojas, el follaje, algo que remede la naturaleza viva.

No puedo añadir una sola palabra más, y cierro aquí, reiterándole mi admiración y despidiéndome de usted devotísimo amigo, q. l. b. l. m.,


Ángel Muro Goiri (1839-1897), ingeniero, periodista y cocinero, fue autor de varios tratados de cocina española de notable éxito. Escribió un Diccionario general de cocina (1892), y El practicón: tratado completo de cocina al alcance de todos y aprovechamiento de sobras (1894) fue obra que extendió su influencia durante varios decenios en las cocinas españolas. Sus Escritos gastronómicos han sido recientemente editados por José-María Pisa en La Val de Onsera (Huesca, 2002). Era corresponsal habitual de Thebussem, y a él le dedicó el asidonense su artículo "Arrepápalo" el 9 de junio de 1890 después de recibir por correo, con dedicatoria autógrafa, los tres cuadernos de sus Conferencias culinarias, publicadas entre abril y junio de este mismo año en La Monarquía. Thebussem animaba a Muro a que acometiera el inventario y clasificación de las bebidas y manjares "de importancia y renombre" que produjeran los pueblos y ciudades de España:

Daría un libro de importancia para el viajero, para el comerciante y para el gastrónomo. Y la obra pudiera ampliarse hasta hacerla lujosa y elegante, con estampas, recetas y críticas de aquellos platos, roscos, tortas, bizcochos, frutas y piezas que lo mereciesen.

¡Si Thebussem levantara la cabeza y se diera una vuelta por las librerías de hoy, vería que sus consejos no han caído en el olvido!

domingo, abril 22, 2012

Thebussem (XIV)


Mesa del banquete dado en honor del Príncipe de Gales en Madrid, La Ilustración Española y Americana (1876)
"¿Son flores o no son flores?"

En el número 1 de la revista ilustrada Blanco y Negro, que publicaría ABC cada domingo para ocuparse de “vida moderna, teatros, poesías, artículos festivos, música, ecos de sociedad, sección recreativa, concursos con premios, caricaturas, costumbres y modas”, figuraba entre los “distinguidos literatos” encargados de su redacción nuestro Doctor Thebussem. A su lado aparecían nombres como Ramón de Campoamor, Mariano de Cavia, Francisco Flores García, Salvador Rueda…; y entre los que serían autores de los dibujos para los fotograbados encontramos a Benlliure, Butler, Pla o Sorolla, por mencionar a algunos.

La primera colaboración de Thebussem apareció en el número 2 (17 de mayo de 1891), entre las páginas 25 y 27, y fue un artículo de cierta extensión dedicado a Ángel Muro –cuyo escrito “La cocina” se había publicado en el número 1–, titulado “Son flores o no son flores”. Firmado sólo unos días antes (5 de mayo) y remitido a la redacción por correo en papel timbrado con la imagen ficticia de la Huerta de Cigarra, que la revista decidió reproducir encabezando el escrito, nuestro Doctor ejerce como el ya reputado gastrónomo que era para, con un elegantísimo discurso no exento de su peculiar gracejo, oponerse a la costumbre que se había instaurado en los banquetes de llenar la mesa con exornos florales que, en su opinión, embotaban el olfato y privaban de la mejor apreciación de los manjares. El Quijote, libro de cabecera del asidonense, no falta a la cita.

Encabezamiento del artículo de Thebussem en Blanco y Negro (17 de mayo de 1891)
Mi querido don Ángel:

En los periódicos de Madrid correspondientes a la pasada cuaresma de este año de 1891, he leído “que las costumbres establecidas en España desde remotos tiempos, exigen que las damas vistan trajes serios en armonía con la época de recogimiento y oración que atravesamos; que la tela más propia es el cachemir de la India, en negro o color gris acero; que la falda recta de media cola es muy propia, con dos quillas de pasamanería muy estrechas y cerradas por botones en ambos lados; que la chaqueta debe ser de aldetas… y, por último, que una capotita de pasamanería completa ese gracioso atavío que no se separa de los límites de la más estricta sencillez y buen gusto”.

Creo, amigo mío, que una mujer guapa y elegante, ataviada con las ropas que acabo de señalar; una dama vestida de vigilia, que digamos, puede gustar tanto o más que cualquier señora de día de carne, o sea, con vestimentas apropiadas a otra época diversa de la de recogimiento y oración que atravesábamos en el período a que el cronista se refería. No dudo que V. apoyará la sensata o insensata opinión que acabo de apuntar, y que, a mi parecer (y sin duda al del filósofo de la estricta sencillez y buen gusto), no tiene vuelta de hoja.

Vamos a otro punto que no hallo tan claro como el anterior, y para el cual solicito la opinión de V., jurando someterme a ella y acatarla como si se tratase de ley votada en Cortes y sancionada por la Corona.

Hablando de banquetes, dice otro escritor cortesano lo siguiente:

“La costumbre de colocar junto a cada cubierto un bouquet, que luego adorna el ojal del frac que los hombres visten, o se prende al cuerpo de las señoras, resulta siempre muy agradable y delicada”.

No sé si estar conforme con que la costumbre sea delicada: démoslo de barato. Lo de agradable es lo que no entiendo.

Sin estudiar medicina ni leer a Brillat-Savarin, se saben las relaciones que median entre el olfato y el gusto. Ni los gatos ni los borricos comen lo que no les huele bien, confirmando así la sentencia de ser las narices el centinela avanzado del paladar.

Es punto tan trillado el que se relaciona con los olores, que serán pocas las personas que no hayan conjugado los verbos oler, oliscar, olfatear, husmar, husmear, ventear, etc., cuando ha convenido a sus miras o intereses.

Y supuesto que de cosa vulgar se trata, atestiguaré con el libro más vulgar que conozco para advertir la relación que tiene o debe tener el olor con la cosa o persona de quien se trate.

Al volver Sancho Panza de llevar la carta para Dulcinea, le preguntó Don Quijote: “Cuando llegaste junto a ella, ¿no sentiste un olor sabeo, una fragancia aromática…, un tufo como si estuvieras en la tienda de algún curioso guantero?” Sancho contestó que no había sentido más que un olorcillo algo hombruno, por hallarse la dama sudada y correosa.

A los caballeros andantes los untaban con olorosos ungüentos, les vestían camisas de cendal olorosas y perfumadas, y les echaban a manos agua de ámbar y de olorosas flores destilada.

De ámbar era el coleto de Cardenio, circunstancia que hizo entender a Don Quijote que persona de tales hábitos no debió ser de ínfima calidad.

Juan Haldudo el Rico daba tal importancia a los buenos olores, que prometió pagar la soldada al mozo Andrés con aquellos reales sahumados, del cual sahumerio le hizo gracia Don Quijote.

Éste y el escudero afirman que los demonios huelen a piedra azufre y a otros olores hediondos, por no ser posible que ellos huelan a cosa buena trayendo al infierno consigo.

En aquella ocasión en que ciertos vapores de Sancho llegaron a las narices de su amo (que tan vivo tenía el olfato), dijo éste que le olía, y no a ámbar, y que se retirase tres o cuatro pasos allá… porque peor era meneallo.

Al soldado, entendía Don Quijote, mejor le está el oler a pólvora que a algalia.

Sancho, al ser acogido por los cabreros, se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban; y cuando era gobernador, debió de oler el platonazo que estaba vahando y que le pareció olla podrida, en la cual no podría dejar de topar alguna cosa de gusto y de provecho.

Como anuncio de las bodas de Camacho, llegó a las narices del escudero un tufo y olor harto más de torreznos asados que de juncos y tomillos, y advirtió que fiestas que por tales olores comenzaban, debían de ser abundantes y generosas. Y cuando, acompañado de Tosilos, dio fondo al repuesto de las alforjas, ambos “lamieron el pliego de las cartas sólo porque olía a queso”.

Aseguraba Don Quijote ser el buen olor “cosa que deleita y contenta”, y por dicha causa sin duda lo que más deploró en la transformación de Dulcinea, fue que los encantadores le quitasen lo que era tan propio de las principales señoras, “que es el buen olor, por andar siempre entre ámbares y entre flores”. Y Sancho, conformándose con la opinión de su amo, dijo que debía bastar a tales bellacos mudar las perlas de los ojos en agallas alcornoqueñas, sus cabellos de oro en cola de buey y todas sus facciones de buenas en malas, sin que se le tocara al olor, pues por él podría sacarse lo que estaba encubierto debajo de aquella corteza.

En fin, lo que al buen Quijano le “encalabrinó y atosigó el alma”, fue el tufo de ajos crudos que despedía Dulcinea; tufo tan repugnante para él, que entre los consejos que dio a Sancho se cuenta el de que no comiese ajos ni cebollas, para que no sacasen por el olor su villanería.

Semejante odio a tales liliáceos me parece que debe entenderse con su cuenta y razón, puesto que predicar es una cosa y dar trigo es otra. En el capítulo diez de la parte primera se refiere que amo y mozo se alimentaron en buena paz y compañía con la pobre y seca comida de queso, pan y cebolla, o sean las viandas rústicas tan apropiadas a los caballeros andantes, que lo más del tiempo de su vida andaban sin cocinero por las florestas y despoblados.

En otra ocasión apeteció Don Quijote una hogaza de pan y dos cabezas de sardinas arenques, más que cuantas hierbas describía Dioscórides, aunque fuese el ilustrado por el Doctor Laguna.

Tenemos pues que al manchego lo que le molestaba, repugnaba e incomodaba, es lo que a todos nos incomoda, repugna y molesta; es decir, la contrariedad entre lo que el entendimiento calcula y la realidad presenta. Creyó con toda justicia que Dulcinea debió oler a princesa, y por esta causa le encalabrinó que oliese a ajos, como le hubiese encalabrinado que oliese a vino, queso o bacalao.

Si alguno de aquellos pequeños diablos de que habla Balzac se entretuviese en cambiar los olores, todos recibiríamos con frecuencia sorpresas parecidas a las de Don Quijote. Si V., amigo don Ángel, compra –por ejemplo– un tarro de pomada y le huele a roquefort, tira V. la pomada; y si el roquefort huele a tabaco, tira V. el queso; y si los cigarros huelen a chocolate, tira V. los cigarros; y si el chocolate huele a jamón, tira V. el chocolate; y si el jamón huele a agua de Colonia, tira V. el jamón, etc., etc., sin que de ello se deduzca que sean malos, sino por el contrario muy agradables, los olores del queso, del tabaco, del chocolate, del jamón, del agua de Colonia, etc., etc.

Y si esto es cierto y lo es también la relación gastronómica que, según indiqué arriba, media entre el olfato y el gusto, comprenderá vuesa merced cuánto me desagrada mezclar el aroma de las flores con el aroma del consommé. Los alimentos tienen los perfumes especiales que entran en su composición y aliño. Mezclar olor de rosas, claveles y violetas, con salmones, perdices y chorizos, me parece tan absurdo como ceñir pistolas a un Santo Cristo: es trocar los frenos y decir:

UNA SOBREMESA DE PINO PINTADO,

en vez de

SOBRE UNA MESA DE PINTADO PINO…

En buen hora que adornen el comedor cuadros, tapices y esculturas que representen flores y ramos; que la vajilla y mantelería también las luzcan; que sean floridos los relieves de la porcelana y los adornos de las cucharas, bandejas, tenedores y cuchillos. Con todo esto, y con que las damas que asistan al banquete sean por su belleza verdaderas flores, me conformo y lo aplaudo.

Pero como no juzgo agradable lo de las flores olorosas, conste que voto en contra de “la costumbre de colocar junto a cada cubierto un bouquet, que luego adorna el ojal del frac que los hombres visten, o se prende del cuerpo de las señoras”.

Con lo dicho termina la consulta que hace a V. su amigo afmo., q.l.b.l.m.,


Este artículo sería recogido por el propio Mariano Pardo de Figueroa en su Primera ración... (Madrid, Rivadeneyra, 1892) y recientemente se ha editado con anotaciones en nuestro trabajo Dr. Thebussem. Escritos gastronómicos (Sevilla, Renacimiento, 2011).

martes, abril 17, 2012

El lamento de Ariadna (VII)

Ariadna abandonada por Teseo, iluminación del taller de Jean Pichore para la traducción de Heroides al francés de Octavien de Saint-Gelais (inicios del s. XVI), BNF

Publius Ovidius Naso, Heroidum epistulae X

ARIADNE THESEO

[Illa relicta feris etiam nunc , improbe Theseu,
     Vivit. Et haec aequa mente tulisse velis?]
Mitius inveni quam te genus omne ferarum;
     Credita non ulli quam tibi peius eram.
Quae legis, ex illo, Theseu, tibi litore mitto
     Vnde tuam sine me vela tulere ratem,
In quo me somnusque meus male prodidit et tu,                                                                          5
     Per facinus somnis insidiate meis.
Tempus erat, vitrea quo primum terra pruina
     Spargitur et tectae fronde queruntur aves.
Incertum vigilans ac somno languida movi
     Thesea prensuras semisupina manus;                                                                                      10
Nullus erat! Referoque manus iterumque retempto,
     Perque torum moveo bracchia; nullus erat!
Excussere metus somnum; conterrita surgo,
     Membraque sunt viduo praecipitata toro.
Protinus adductis sonuerunt pectora palmis,                                                                              15
     Vtque erat e somno turbida, rupta coma est.
Luna fuit; specto, siquid nisi litora cernam.
     Quod videant oculi, nil nisi litus habent.
Nunc huc, nunc illuc, et utroque sine ordine, curro;
     Alta puellares tardat harena pedes.                                                                                          20
Interea toto clamavi in litore 'Theseu!':
     Reddebant nomen concava saxa tuum,
Et quotiens ego te, totiens locus ipse vocabat.
     Ipse locus miserae ferre volebat opem.
Mons fuit; apparent frutices in vertice rari;                                                                                 25
     Hinc scopulus raucis pendet adesus aquis.
Adscendo –vires animus dabat– atque ita late
     Aequora prospectu metior alta meo.
Inde ego –nam ventis quoque sum crudelibus usa–
     Vidi praecipiti carbasa tenta Noto.                                                                                          30
Vt vidi haut dignam quae me vidisse putarem,
     Frigidior glacie semianimisque fui.
Nec languere diu patitur dolor; excitor illo,
     Excitor et summa Thesea voce voco.
'Quo fugis?' exclamo; 'scelerate revertere Theseu!                                                                  35
     Flecte ratem! Numerum non habet illa suum!'
Haec ego; quod voci deerat, plangore replebam;
     Verbera cum verbis mixta fuere meis.
Si non audires, ut saltem cernere posses, 
     Iactatae late signa dedere manus;                                                                                         40
Candidaque inposui longae velamina virgae,
     Scilicet oblitos admonitura mei!
Iamque oculis ereptus eras. Tum denique flevi;
     Torpuerant molles ante dolore genae.
Quid potius facerent, quam me mea lumina flerent,                                                                  45
     Postquam desieram vela videre tua?
Aut ego diffusis erravi sola capillis, 
     Qualis ab Ogygio concita Baccha deo,
Aut mare prospiciens in saxo frigida sedi, 
     Quamque lapis sedes, tam lapis ipsa fui.                                                                                  50
Saepe torum repeto, qui nos acceperat ambos,
     Sed non acceptos exhibiturus erat,
Et tua, quae possum pro te, vestigia tango
     Strataque quae membris intepuere tuis.
Incumbo, lacrimisque toro manante profusis,                                                                              55
     'Pressimus,' exclamo, 'te duo; redde duos!
Venimus huc ambo; cur non discedimus ambo?
     Perfide, pars nostri, lectule, maior ubi est?'
Quid faciam? quo sola ferar? vacat insula cultu.
     Non hominum video, non ego facta boum.                                                                              60
Omne latus terrae cingit mare; navita nusquam,
     Nulla per ambiguas puppis itura vias.
Finge dari comitesque mihi ventosque ratemque;
     Quid sequar? accessus terra paterna negat.
Vt rate felici pacata per aequora labar,                                                                                        65
     Temperet ut ventos Aeolus, exul ero!
Non ego te, Crete centum digesta per urbes,
     Adspiciam, puero cognita terra Iovi,
Vt pater et tellus iusto regnata parenti
     Prodita sunt facto, nomina cara, meo.                                                                                    70
Cum tibi, ne victor tecto morerere recurvo,
     Quae regerent passus, pro duce fila dedi,
Tum mihi dicebas: 'Per ego ipsa pericula iuro,
     Te fore, dum nostrum vivet uterque, meam.'
Vivimus, et non sum, Theseu, tua, si modo vivit                                                                       75
     Femina periuri fraude sepulta viri.
Me quoque, qua fratrem mactasses, inprobe, clava;
     Esset, quam dederas, morte soluta fides.
Nunc ego non tantum, quae sum passura, recordor,
     Et quaecumque potest ulla relicta pati:                                                                                   80
Occurrunt animo pereundi mille figurae,
     Morsque minus poenae quam mora mortis habet.
Iam iam venturos aut hac aut suspicor illac,
     Qui lanient avido viscera dente, lupos.
Quis scit an et fulvos tellus alat ista leones?                                                                                85
     Forsitan et saevas tigridas insula habet.
Et freta dicuntur magnas expellere phocas!
     Quis vetat et gladios per latus ire meum?
Tantum ne religer dura captiva catena,
     Neve traham serva grandia pensa manu,                                                                               90
Cui pater est Minos, cui mater filia Phoebi,
     Quodque magis memini, quae tibi pacta fui!
Si mare, si terras porrectaque litora vidi,
     Multa mihi terrae, multa minantur aquae.
Caelum restabat; timeo simulacra deorum!                                                                                95
     Destitutor rabidis praeda cibusque feris;
Sive colunt habitantque viri, diffidimus illis;
     Externos didici laesa timere viros.
Viveret Androgeos utinam nec facta luisses
     Inpia funeribus, Cecropi terra, tuis;                                                                                       100
Nec tua mactasset nodoso stipite, Theseu,
     Ardua parte virum dextera, parte bovem;
Nec tibi, quae reditus monstrarent, fila dedissem,
     Fila per adductas saepe recepta manus.
Non equidem miror, si stat victoria tecum,                                                                                105
     Strataque Cretaeam belua planxit humum.
Non poterant figi praecordia ferrea cornu;
     Vt te non tegeres, pectore tutus eras.
Illic tu silices, illic adamanta tulisti,
     Illic, qui silices, Thesea, vincat, habes.                                                                                    110
Crudeles somni, quid me tenuistis inertem?
     Aut semel aeterna nocte premenda fui.
Vos quoque crudeles, venti, nimiumque parati
     Flaminaque in lacrimas officiosa meas.
Dextera crudelis, quae me fratremque necavit,                                                                         115
     Et data poscenti, nomen inane, fides!
In me iurarunt somnus ventusque fidesque;
     Prodita sum causis una puella tribus!
Ergo ego nec lacrimas matris moritura videbo,
     Nec, mea qui digitis lumina condat, erit?                                                                               120
Spiritus infelix peregrinas ibit in auras,
     Nec positos artus unguet amica manus?
Ossa superstabunt volucres inhumata marinae?
     Haec sunt officiis digna sepulcra meis?
Ibis Cecropios portus patriaque receptus,                                                                                  125
     Cum steteris turbae celsus in ore tuae
Et bene narraris letum taurique virique
     Sectaque per dubias saxea tecta vias,
Me quoque narrato sola tellure relictam!
     Non ego sum titulis subripienda tuis.                                                                                      130
Nec pater est Aegeus, nec tu Pittheidos Aethrae
     Filius; auctores saxa fretumque tui!
Di facerent, ut me summa de puppe videres;
     Movisset vultus maesta figura tuos!
Nunc quoque non oculis, sed, qua potes, adspice mente                                                           135
     Haerentem scopulo, quem vaga pulsat aqua.
Adspice demissos lugentis more capillos
     Et tunicas lacrimis sicut ab imbre gravis.
Corpus, ut inpulsae segetes aquilonibus, horret,
     Litteraque articulo pressa tremente labat.                                                                            140
Non te per meritum, quoniam male cessit, adoro;
     Debita sit facto gratia nulla meo.
Sed ne poena quidem! si non ego causa salutis,
     Non tamen es, cur sis tu mihi causa necis.
Has tibi plangendo lugubria pectora lassas                                                                                145
     Infelix tendo trans freta lata manus;
Hos tibi –qui superant– ostendo maesta capillos!
     Per lacrimas oro, quas tua facta movent,                            
Flecte ratem, Theseu, versoque relabere velo!
     Si prius occidero, tu tamen ossa feres!                                                                                   150

Texto tomado (excepto los dos primeros versos) de Bibliotheca Augustana, http://www.hs-augsburg. de/ ~harsch/ovi_hero.html#10/Chronologia/Lsante01/Ovidius

Ariadna abandonada por Teseo, iluminación del taller de Jean Pichore para la traducción de Heroides al francés de Octavien de Saint-Gelais (inicios del s. XVI), BNF

ARIADNA A TESEO
 
     [La abandonada a las fieras aún, malvado Teseo,
Está viva. ¿Con ánimo sereno aceptarlo querrías?]
     Más tierna encontré que a ti toda clase de fieras,
A nadie estaba peor confiada que a ti.
     Lo que lees, Teseo, desde aquella playa te lo envío
De donde las velas sin mí se llevaron tu barco,
En la que me traicionasteis para mi desgracia mi sueño y tú,                                                     5
Que con maldad pusiste una trampa a mis sueños.
     Era la hora en que la tierra de cristalina escarcha empieza
A regarse y, ocultos en el follaje, cantan su queja los pájaros.
Casi despertándome, por el sueño extenuada, moví
Medio dormida mis manos dispuestas a abrazar a Teseo.                                                         10
Nadie había. Y aparto mis manos y de nuevo tanteo,
Y por el lecho muevo mis brazos. Nadie había.
Me sacudieron los miedos el sueño, asustada me levanto,
Y mis miembros se precipitaron del lecho vacío.
De inmediato resonó mi pecho con el golpear de mis palmas,                                                   15
Y tal como estaba tras el sueño, enmarañado, fue arrancado mi pelo.
Luna había. Miro por si distingo algo que no sea costa,
Que ver mis ojos nada tienen sino costa.
Ora aquí, ora allá, y a ambos lados sin orden corro;
La profunda arena detiene mis pies de muchacha.                                                                      20
En tanto, grité por toda la costa “Teseo”,
Me devolvían las cóncavas rocas tu nombre.
Y cuantas veces yo a ti, otras tantas el propio lugar te llamaba.
El mismo lugar a la desgraciada quería ofrecer su socorro.
Había un monte, pueden verse unos arbustos en su cima, escasos;                                         25
Desde él una peña desciende erosionada por las roncas aguas.
Subo (fuerzas me daba mi ánimo) y así, a lo ancho
Recorro alta mar con mi mirada.
Desde allí yo (pues también con los crueles vientos me traté)
Vi tus lonas tensadas por el arrebatado Noto.                                                                             30
Cuando las vi, acaso pensaba que no merecía haberlas visto,
Más fría que el hielo y medio muerta me quedé.
Y languidecer por más tiempo no me deja mi dolor, me excito por él,
Me excito y a voces a Teseo llamo.
“¿Adónde huyes?”, grito. “¡Regresa, maldito Teseo,                                                                    35
Da la vuelta a tu barco. Que no lleva completo su pasaje!”
Esto yo. Lo que a mi voz faltaba, de gemidos lo llenaba;
Los golpes con mis palabras se mezclaron.
Por si no me oías, para que al menos verme pudieras,
Bien extendidas, señas te hacían mis manos                                                                                 40
Y un velo blanco puse sobre una larga rama,
Para advertirte que, evidentemente, os olvidabais de mí.
     Y ya a mi vista habías sido arrancado cuando finalmente me puse a llorar,
Se habían entumecido antes por el dolor mis blandas mejillas.
¿Qué mejor podían hacer mis ojos que por mí llorar                                                                   45
Una vez que había dejado de ver tus velas?
     Ya he errado sola con los cabellos esparcidos,
Cual bacante excitada por el dios Ogigio;
Ya, aterida de frío, me he sentado en una roca mirando el mar.
Y, como piedra mi asiento, tan piedra fui yo misma.                                                                  50
     A menudo vuelvo al lecho que nos había reunido a ambos,
Pero que no estaba dispuesto a mostrarnos reunidos;
Y tus huellas, las que puedo, en vez de a ti toco,
Y el cobertor que se entibió con tus miembros.
Me recuesto, y chorreando el lecho por las lágrimas derramadas,                                          55
Exclamo: “¡Te apretujamos dos, devuelve a los dos!
Llegamos aquí los dos, ¿por qué no nos vamos los dos?
Camita traidora, la parte más grande de mí, ¿dónde está?”
     ¿Qué haré? ¿Adónde sola seré llevada? Carece la isla de cultivos,
No veo yo labor de hombres ni de bueyes.                                                                                   60
Todo confín de esta tierra lo ciñe el mar; marinero, en ningún lado;
Ninguna popa va a venir por caminos que son inciertos.
Supón que se me dan compañeros, y vientos, y una embarcación;
¿qué rumbo pondré? La tierra de mi padre la entrada me niega.
Aunque dichosa mi barco por aguas tranquilas me lleve,                                                          65
Aunque temple los vientos Eolo, una desterrada seré.
     No volveré a verte, Creta en cien ciudades
Repartida, tierra bien conocida por el niño Júpiter.
¡Cómo mi padre y el suelo gobernado por mi justo padre,
Nombres queridos, han sido traicionados por mis actos                                                            70
Cuando a ti, para que, vencedor, no murieras en el sinuoso edificio
como guía un hilo te di, que dirigiera tus pasos!
Entonces me decías: “Por estos mismos peligros yo te juro
Que tú serás, mientras ambos vivamos, mía”.
Vivimos, y no soy tuya, Teseo; si es que vive                                                                                75
Una mujer sepultada por el engaño de un hombre perjuro.
     ¡A mí también me hubieras matado, malvado, con la maza que a mi hermano!
Habría sido cumplida con mi muerte la promesa que me hiciste.
Ahora yo no sólo lo que voy a sufrir traigo a mi mente
Sino todo lo que puede sufrir una que es abandonada.                                                              80
     Se me vienen a la cabeza mil formas de perecer,
Y la muerte menor tortura es que la espera de la muerte.
Que ya mismo por aquí o por allá van a venir, sospecho,
Lobos que desgarren mis vísceras con sus dientes voraces.
¡Quién sabe si esta maldita tierra alimenta amarillentos leones!                                              85
¡Quizá esta isla tiene salvajes tigresas!
¡Y dicen que sus mares dejan salir grandes focas!
¿Quién evitará que unas espadas atraviesen mi costado?
¡Ojalá no sea atada, cautiva, por una dura cadena
Ni con mano de esclava hile enormes madejas                                                                            90
Yo, que por padre tengo a Minos; que por madre, a la hija de Febo;
Y, de lo que más me acuerdo, que me prometí a ti!
     Si el mar, si las tierras y las extensas costas he visto,
Mucho me amenazan las tierras, mucho las aguas.
El cielo quedaba, temo las apariciones de los dioses.                                                                95
Quedo abandonada como presa y alimento para las fieras rabiosas.
Si cultivan y viven hombres, desconfío de ellos;
A los hombres extranjeros, herida, he aprendido a temer.
     ¡Ojalá viviera Androgeo y no hubieras pagado tus actos
Impíos con tus funerales, tierra cecropia;                                                                                 100
Y no hubiese matado con la nudosa estaca, Teseo,
Tu diestra en alto al medio hombre y medio toro;
Y no te hubiera dado yo el hilo que te señalara el regreso,
Hilo que muchas veces recogiste con tus manos apretadas!
     No me sorprendo en verdad de que la victoria se alce contigo                                        105
Ni de que, tendida, la bestia tiñera el suelo de Creta;
No podían ser heridas tus entrañas de hierro por sus cuernos;
Aunque no te protegieses, con tu pecho estabas seguro.
Allí tú pedernales, allí diamantes llevaste;
Allí tienes a Teseo, que puede vencer el pedernal.                                                                    110
     Crueles sueños, ¿por qué me mantuvisteis impasible?
De una vez por la noche eterna debí ser cubierta.
Vosotros crueles también, vientos, y demasiado dispuestos;
Y brisas, obsequiosas con mis lágrimas;
Diestra cruel, que me mató a mí y a mi hermano;                                                                    115
Y compromiso dado a la que lo pedía, palabra vana.
Contra mí se han conjurado el sueño, el viento y el compromiso,
He sido traicionada yo, una sola muchacha, por las tres cosas.
     Así que yo, pronta a morir, no veré las lágrimas de mi madre,
¿Ni quien con sus dedos cierre mis ojos habrá?                                                                       120
Mi espíritu desdichado andará por aires extranjeros
Y mi cuerpo expuesto no lo ungirá una mano amiga.
Sobre mis huesos sin enterrar se posarán las aves marinas.
¿Ésta es una sepultura digna de mis servicios?
     Irás al puerto cecropio y en tu patria recibido,                                                                    125
cuando estés de pie en posición elevada a la vista de tu gente
Y con gusto hayas hablado sobre la muerte del hombre y toro,
Y del edificio de piedra entrecortado por calles equívocas, 
De mí también habla, abandonada en una tierra solitaria.
¡No he de ser yo sustraída de tus títulos!                                                                                  130
Ni tu padre es Egeo, ni eres tú hijo de Etra
La de Piteo; son tus progenitores las rocas y el mar.
     Hubieran querido los dioses que me vieras desde lo alto de la popa,
Habría conmovido tu semblante mi triste figura.
Ahora también no con los ojos sino con lo que puedes, con tu imaginación, mírame        135
Agarrándome a un escollo que golpea el agua que va y viene.
Mira mis cabellos caídos como acostumbra quien está de duelo,
Y mi túnica por las lágrimas, como de lluvia, grávida.
Mi cuerpo, como las mieses batidas por los aquilones, se eriza;
Y mi letra, trazada por unos dedos temblorosos, se desfigura.                                              140
     No te imploro por el servicio que te hice pues mal resultó.
Ningún premio se deba a mis actos,
Pero tampoco un castigo. Si yo no soy la causa de tu salvación,
No hay por qué seas tú la causa de mi muerte.
De golpear mi afligido pecho cansadas estas manos                                                              145
Te tiendo, desgraciada, a través del espacioso mar.
Estos cabellos que me quedan te muestro afligida.
Por las lágrimas que causa tu conducta te ruego,
Da la vuelta a tu nave, Teseo, y regresa cuando role mi velo.
Si antes muero, tú al menos te llevarás mis huesos.                                                                150


Ariadna abandonada por Teseo, iluminación del taller de Jean Pichore para la traducción de Heroides al francés de Octavien de Saint-Gelais (inicios del s. XVI), Huntington Library (San Marino, California)


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